Please die Ana,
For as long as you're here we're not,
You make the sound of laughter,
And sharpened nails seem softer.
Viviendo de la herencia de su padre, herencia de una herencia, Ana-Ana nunca sufrió por dinero, vivió desde muy pequeña con su abuela, y aunque nunca conoció a sus padres, el amor nunca le faltó, su abuela al haber perdido a su primer hijo no dejó ni un instante de estar al lado de ella.
Por eso fue tan duro cuando ella murió. Tuvo que mudarse de la casa donde vivía, tanto le recordaba a su querida abuela que no soportaba que su espíritu la estuviese acechando a diario.
Nunca se preguntó por lo que le había pasado a sus padres, su abuela le había contado, sin que ella nunca le hubiera preguntado, que su padre había muerto en un accidente antes de que ella naciera, y que su madre murió cuando ella nació.
Su vida fue muy normal, pasaron los años, ella como una dedicada niña-joven-mujer aprendió las artes de la ciencia y desarrolló su intelecto en el cual se sentía muy a gusto. Nunca encajó en su generación, una banda de desadaptados, antisociales, promiscuos e ignorantes. Era el orgullo de todo el que la conocía, tuvo muchos pretendientes, ninguno de su agrado.
Compró un apartamento lejos de allí, además, como ya había entrado en la universidad, y esta quedaba a una hora en bus, le pareció mejor empezar de nuevo cerca de allí, en el centro, además su tía, la única familia con la que contaba, también la visitaba de vez en cuando y nunca dejaba de aconsejarla en sus constantes problemas existenciales.
Su mejor amiga, Alicia, la conoce desde hace tiempo y nunca la ha dejado sola, se conocieron por casualidad en el colegio, no en el San Bartolo. No tenían nada en común venían de mundos diferentes, Alicia, hija de un investigador científico importante, había viajado por todo el mundo acompañando a su padre y le interesaban las artes, la danza era su pasión desde muy pequeña, le iba mal en el colegio y se la pasaba con los muchachos.
Ella siempre le decía que tenía que dejar de ser tan sicorígida, que la vida era solo una y que finalmente íbamos a morir. Ella la quería mucho, pero temía que terminara mal toda su experimentación y todas sus ideas suicidas.
Salían de vez en cuando y a mí me preocupaba que cogiera por malos caminos, le llegué prohibir que anduviera con esa tal Ana-Ana, todo el mundo dice que es una drogadicta. Pero nada se puede hacer, a veces los genes tienen una gran influencia en el desarrollo de las personas, y ellas se seguían reuniendo, la costeña fue la primera, llevándose consigo a la joven Alicia y luego a la aún más joven y hermosa Ana-Ana.
Recorrían las ciudades caminando por las calles agresivas de un país en desarrollo, caminaban, y caminaban hasta que tenían sangre en los pies. -Ojalá hubiera la posibilidad de poder cantar ‘Dancing in the Rain’-, decía Ana-Ana. El problema de la costeña es que siempre se perdía de las ilusiones de un mundo en paz.
Uno de esos días se fueron a una cascada, un raro paraíso en el medio de un centro de negocios super moderno, se quitaron los zapatos y las tres se bañaron en las aguas todavía puras que fluían por entre las piedras de un santuario a la naturaleza inalterado por el hombre.
Las tres musas danzaron toda la noche durante tres noches sin descansar ni un segundo, un silencioso éxtasis en el que se encontraban las trajo de nuevo hacia la realidad y se dieron cuenta que estaban desnudas, exactamente como Adán después de morder la manzana, sintieron vergüenza y corrieron fuera del agua a cubrirse con las hojas de los árboles que las rodeaban, disponiéndose a salir a la calle a enfrentar el mundo que las juzgaría, se burlaría y se aprovecharía de ellas las cogió uno de esos vientos inmemoriales que solo se encuentran en lugares como aquellos y les devolvió su estado de psicodelia, como siempre lo hacían, caminaron, se adentraron en el bosque profundo, y caminaron hasta que tiempo después la policía dejó de buscarlas y sus familias habían recobrado un rumbo al parecer normal en sus vidas.
Siempre le advertí a mi Alicia que no anduviese con esa tal Ana-Ana, que todo terminaría mal, que la historia se repetiría, cavar en la mente de un adolescente es una tarea imposible. Pero en el fondo se que la culpa es de Alicia, siempre le vi un carácter fuerte, ella tenía las riendas, las llevaba a todas por el mal camino, nunca le gustó estudiar, a pesar de todos mis esfuerzos, y siempre se sintió a salvo en el peligro, porque era allí donde vivía.
Sigo obstinado en no creerlo, quiero culpar a una niña que creció sola, sin padres, niña que, de todas formas sigue siendo la mejor de las tres y eso es algo que no puedo negar, siguió su carrera, seguramente ya se graduó, ¿Tendrá una familia?
Es la única que he logrado ver de vez en cuando, como un reflejo fugaz, como una imagen en el rabillo del ojo que desaparece al darse vuelta, y solo de vez en cuando es que digo, allá va Ana-Ana Zorrilla, de su generación, la única sobreviviente a la locura.
A veces me pongo a pensar en cómo terminó su padre, yo lo conocía, al parecer logró lo que quería, vivió su juventud como lo había planeado, ¿a qué edad nos habrá dejado? No es que me avergüence su memoria, es que yo esperaba que lograra algo más con su vida, tal vez me equivoque, el caso es que nunca lo sabré.