lunes, 14 de diciembre de 2009

Capítulo XVII - Del Calor Al Color

 

Wouldn’t it be nice…

 

 

Ese verano de hace años fue el más interesante que tuvieron, una época más simple, sin las preocupaciones mundanas que provoca la vida de un ciudadano. A mediados del año 2008 una ciudad vacía en lo alto de los andes se sobrecalentaba intensamente por la intervención de una gran estrella.

 

La cita se daba en el momento en el que el sol se encontraba en lo más alto del cielo, cuando intentar escapar de sus lenguas ardientes era casi imposible, sobretodo donde se encontraban, en donde las únicas sombras presentes eran aquellas que provenían de ellos mismos. Luego de un ascenso vertical de ocho o nueve pisos, precedido por un trayecto de escalada, el más riesgoso del recorrido ya que los peldaños corroídos por el óxido no daban una buena espina de la propia seguridad, y el temor de ser percibidos parecía únicamente preocupar a uno.

 

Obteniendo un pase de entrada inmediato al poseer nuestra cara despejada (resultado de la costumbre escolar establecida) y nuestro uniforme rojo y gris que en realidad para ésta época era más verde que rojo, extraña coincidencia (también resultado de una estandarización humana aparentemente totalmente necesaria), terminaban sentados en lo que parecía una brea a medio secar, ya que el resultado eran unos pantalones mugrosos que solo a Zorrilla se le ocurría llevar claros, mientras que yo ya estaba acostumbrado a ver al costeño volverse mierda la ropa con cualquier cosa que comía, tomaba o fumaba.

 

Las horas simplemente se deslizaban entre cajas de cigarrillos, botellas de agua, latas de cerveza y pipa tras pipa de verde, verde hierba. El sol se escurría a través de las nubes hasta que llegaba a ser más rojo que nuestros sacos, para luego ocultarse completamente detrás de un horizonte desde donde se puede supuestamente ver la sierra nevada de Santa Marta, un lugar mágico literalmente mágico con duendes, hadas y la dorada … Le procedía una penumbra apaciguada por las luces amarillentas de la ciudad que a lo lejos parecen titilar como velas hipnotizando a cualquiera que por cualquier razón se pare a observarlas. Estas mismas luces lograban iluminar el cielo con su resplandor que se traducía en la bóveda celeste como un rosado brillante jugando con nuestra imaginación al colarse entre las siluetas de las nubes.

 

Así fuimos jóvenes en una época más simple, posteriormente los caminos tomados fueron diferentes, errores, aciertos, actitudes, forma de pensar, todo cambió después de perder ese sitio tan maravilloso, cada uno tuvo un gran éxito en sus respectivas áreas, y luego de veinte años se reúnen a recordar y sus mentes siguen volando hacia éste lugar donde ya nadie más pondrá un pie jamás.

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