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En alguna parte de los bosques estrepitosos de este país se encontraba un joven muchacho, con toda su vida por delante, corriendo por su vida. Se dirigía cuesta abajo por una colina llena de matorrales secos, no había llovido hace tiempo, algo típico de la zona, pero que no se esperaba, matorrales tan secos que le cortaban las piernas y los brazos. Llevaba una buena distancia de sus perseguidores así que cuando vio la oportunidad se lanzó por un barranco que tenía a la derecha y cayó estrepitosamente golpeándose fuertemente en todo el cuerpo, semi consciente sabía que no podía gritar ni hacer ningún ruido mientras caía, cuando finalmente dejó de caer, no que lo haya hecho suavemente, cayó de todo su peso dentro de un matorral espeso que lo devoró, al darse cuenta de que estaba oculto la adrenalina lo envenenaba y se desmayó.
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Varias horas después despertó, apenas podía respirar y estaba prácticamente bañado en sangre, también creía tener una costilla rota, pues le costaba respirar. Matorral lo cubría completamente, lo abrazaba con sus brazos espinosos, le tomó algún tiempo en levantarse y salir.
Ya no escuchaba los pasos detrás de si, ya no escuchaba nada, se sentó en una piedra, todo estaba silencioso, el día estaba a plena luz, lo que quiere decir que paso toda la noche enterrado en ese matorral, ya que lo último que recordaba era el sol de frente, a punto de ocultarse, pero cegándolo y seguramente también a sus perseguidores, lo que claramente le dio una ventaja al escapar. Decidió seguir caminando, escapar y terminar con esa pesadilla.
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Se encontraba en un bosque denso, la maleza era más alta que él y no lo dejaba ver a mas de tres metros, le cortaba las manos que usaba para correr la maleza para que no le cortara la cara, dos, tres, cinco, diez metros y la maleza cesó, de vio de frente a una planicie, un llano hasta donde llega la vista, ni un árbol, ni una montaña en el horizonte, una línea ligeramente curva de derecha a izquierda. Notablemente perturbado por el extraño paisaje, decidió seguir hacia la derecha, por la línea de maleza seguramente producto de la mano del hombre.
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Dos días después, agotado, sin agua, ni comida, el paisaje nunca cambió, la misma línea recta de maleza a su derecha y a su izquierda la nada. Se lanzó al piso bajo el sol, los ojos fijos en el infinito frente a sus ojos, algo que perturbó su meditación moribunda lo hizo enfocar la vista. En la planicie, una forma, generaba sombra, se movía rápidamente hacia él. Lo que en un principio no supo qué era se acercó lo suficiente y antes de ceder ante la fatiga, se dio cuenta que se trataba de un conejo.
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Abrió los ojos, se encontraba en una cama de sábanas blancas, en un cuarto con paredes blancas, una gran ventana con cortinas blancas que dejaban pasar la resplandeciente luz del sol, lo habían vestido con una chaqueta blanca, corbata blanca, pantalón y zapatos blancos, no se sentía cansado y sus heridas habían sido curadas, pero se sentía muy confundido. Se levantó de la cama, y miró por la ventana, se encontraba en una torre muy alta, en medio de la nada.
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En ese momento, y antes de suponer cualquier cosa, entró a la habitación una mujer muy hermosa, vestida toda de blanco, lo toma de la mano y lo lleva consigo, salen de la habitación a un pasillo largo, lleno de puertas a los lados, por lo menos unas treinta de cada lado antes de que terminara en una escalera de caracol por la que subieron, subieron y subieron, en el último piso de lo que creyó una torre infinitamente alta, un puente que los llevaría de una torre a otra, un viento salvaje estuvo a punto de hacerlo caer, pero la mujer lo llevaba fuertemente de la mano y prácticamente lo arrastraba. En la otra torre, otro pasillo, éste sin puertas ni ventanas, en una oscuridad total, no sabía por donde caminaba.
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La mujer abrió una puerta pesada, por donde se escapó un resplandor, una luz cegadora, poco a poco se fueron acostumbrando sus ojos y descubrió un cuarto muy grande, vacío excepto por un comedor largo paralelo a la puerta, en cuya cabeza se encontraba un hombre vestido de blanco sentado, haciendo un gesto con la mano le indicó que se sentara en el puesto opuesto a él, la comida estaba servida, y con otro gesto le indicó que comenzara a comer.
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La cena duró al menos una hora, totalmente silenciosa, demasiado sospechosa, pero que más podía hacer, él simplemente estaba confundido, aturdido y no se sentía capás de hablar, ni mucho menos de preguntar. Había terminado su comida y su anfitrión también, quien se le quedó mirando un largo tiempo en silencio, se levantó de su silla, tenía un estuche colgado de su hombro, dijo: "Ahora es tiempo de morir".
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Una habitación oscura, de repente le dolía el cuerpo, estaba amarrado de pies y manos a su silla, se prende una lámpara en el techo, cuando se despertó, sus perseguidores lo habían encontrado, sin tiempo para reaccionar, vio como en frente suyo se accionaba el mecanismo que daría como resultado una ignición a la pólvora dentro de un cartucho de plomo, éste a su vez dentro de un cañón que apuntaba directamente a su frente, cerró sus ojos y vio su vida desfilar en un segundo. Dicen que en momentos de desesperación, los sueños son el único escape de nuestra mente, el problema es quedarse, o salir.
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