miércoles, 23 de marzo de 2011

Capítulo XIX - Anoche


House of Cards - Radiohead


Una infructuosa noche como cualquier otra en la que me encuentro atrapado en un bus camino a mi casa, más bien aislado que sentado de forma oblicua en un puesto para gente de la época en la que más o menos fueron hechos los buses, cuando la gente se dice que era más pequeña. Apartado de la realidad submerso en música que evita que me distraiga del flujo de paisaje con la gente que se retuerce y respira a mi alrededor, ciertamente tenía ganas de elevarme lejos de allí leyendo mi libro ya favorito sin haberlo terminado y sin conocer los otros libros de la trilogía, "El país de la Canela" de William Ospina.

Por más que mis ojos y mente selectiva se concentren en la distracción, no pude evitar que me distrajera el hecho que el bus llevara cinco minutos parado a la altura de la Javeriana además de los gritos del conductor que pude percibir por encima de una buena canción. Gritos dirigidos a un reflejo en el vidrio al que no quería dirigir la mirada, uno de tantos reflejos que distraían mi concentración, pero permiten realizar un escrutinio anónimo. Al ver un reflejo, éste no se siente observado, la fuerza de la mirada se disipa perdiendo su efecto perturbador.

A través de las notas y letras se filtraba la parafernalia narrativa típica de este tipo de situaciones, cuántas veces habré escuchado el caso de la hija que está en el hospital y se necesitan veinte mil pesos para pagar una cirugía la cual tiene que pagar urgentemente, o el caso de desplazados que llegan de algún pueblo que nadie ha escuchado en el huila, la gente esta cansada de este tipo de historias. Aunque algunos se van por lo tradicional y toman la violencia del país o el invierno como algo lógico que la gente entendería que sucede, se tiene más éxito con historias elaboradas tales como la de nuestro personaje.

No estoy diciendo que sea una historia inventada, sacada de un legendario Jonathan Peachum bogotano, porque seguramente no es así. Primero que todo se debe involucrar a la audiencia, comenzar saludando es una norma de cortesía necesaria, pero es sólo el primer paso, se debe llegar a causar un grado de interés tal que la gente se emocione en sacar su dinero, una pregunta que al mismo tiempo halague la inteligencia del espectador es entrar pisando fuerte, algo como: ¿Ustedes saben qué es el trastorno obsesivo bipolar? a lo que la gente moverá su cabeza en señal de entender perfectamente y estar dispuestos a saberlo todo sobre una enfermedad tan rara e interesante.

Podrán pensar que se trata de un truco, que lo hubieran detectado inmediatamente, y no estoy diciendo que sea una estafa, porque seguramente no lo era, pero pareció tener efecto en un bus lleno de gente que buscaba en qué distraer su atención. La historia debe continuar con relatos de los episodios y situaciones que no lograron sobrepasar los decibeles producidos por "All I need" de Radiohead que llegaban a mis tímpanos, pero que estaban acompañados de la imagen de un papel en el cual se encontraba la factura, orden médica, pagaré, cuenta de cobro, nada, etcétera.

En medio del relato, un experto logrará que la multitud atenta se lleve las manos a los bolsillos, carteras y billeteras impulsados por una que otra lágrima y no estoy diciendo que sean falsas porque seguramente no sea así, un sonido metálico pero armonioso de monedas revolcándose recorrió el bus y me dije que si hubiera sido yo el que estuviera estafando un bus entero, no hubiera podido evitar soltar una carcajada.

Una de las más entusiastas era precisamente la señora sentada al lado mío, ya de avanzada edad, ocupaba silla y media. No me sorprendió que precipitadamente llevara su mano regordeta al bolso, pero sí que extrajera un billete de cinco mil, agregando a su voluptuosidad y cliché.

Unas cuantas palabras más y llega el momento de la recolección, se pasa de puesto en puesto y con el dinero listo en cuestión de segundos tiene las manos tan llenas de monedas y billetes que para cuando llegó a mi puesto en medio del bus tuvo que meterselas en los bolsillos para seguir con la siguiente mitad.

Normalmente se procede a descender lo más rápido posible al terminar el relato, en el caso de que alguien lo suficientemente imprudente, ignorante, despiadado o desalmado cuestionara o dudara públicamente de la veracidad del relato, se debe mantener la serenidad, compostura e historia con el fin de sostener por encima de todo la concordancia narrativa porque no estoy diciendo que sea mentira, pero la misma historia la pudieron haber escuchado en mil buses a eso de la Javeriana esa misma noche.

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